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Chimaltitlán

Era noche de luna llena. Más de dos horas llevábamos caminando a caballo desde San Martín de Bolaños. Unas veredas retorciéndose en­tre el pedregal y las espinas. Aquella hondonada; la cuesta que sube y se pierde entre los garruños; todavía más adelante otro declive y otra ladera que se empina más entre peñascos y arrecifes.

Ya los miembros adoloridos. Un calor desesperante. La boca seca… Hace mucho rato que oscureció y no podemos saber cómo ati­nan las bestias el paso seguro por el camino tan quebrado. Vimos el vislumbre del sol en la cinta del río. Oímos cantar las palomas. Sen­timos venir encima de nosotros la oscuridad cerrada de la noche…

Era noche de luna llena pero nosotros caminábamos por el túnel estrecho que se abre apenas entre dos acantilados ….

Allí son más breves los días; allí se tarde más la luna; el peñón de uno y otro lado se roba allí un buen pedazo de estrellas.

— ¿Acaso no vamos a llegar nunca a Chimaltitán?

Nuestra impaciencia hacía gracia al mozo que nos acompañaba; aguantaba la risa abajo del sombrero y trataba de damos ánimo:

— Ya faIta muy poco. Viene a quedar al otro lado de aquella me­sa. La sombra que se levanta hacia aquel rumbo…. Allí está el pe­ñasco de Chimaltitán. Al pie de eso…

Y otra vez el silencio grandioso de la barranca. Otra vez el repi­car de herraduras en chispas de luz que saltaban entre las piedras. Otra vez el arrullo lejano del río y el sisear del viento que movía apenas los espinales de la cuesta.

Empezaron’ a ladrar los perros. Una luz roja temblaba en la dis­tancia. Tratábamos de convencemos a nosotros mismos de la cercanía del pueblo. y ya estábamos en las primeras callecitas.

Serían como las nueve de la noche y la primera claridad blanquecina de la luna,  nos· entregó una plaza espaciosa y el perfil fuerte y vigoroso de una iglesia como fortín español de tiempos de la Conquista.

– Ustedes dirán dónde quieren quedarse. El guía nos esmeraba las mejores atenciones.

– Si nos llevara de una vez a un hotel, a una casa de asistencia.

– No señores, aquí no hay nada de eso.

-Tendrá que haber un sitio donde se hospedan los viajeros gentes de fuera que llegan al pueblo ….

– Es que nunca viene nadie a Chimaltitán. Aquí no llegan viajeros de ninguna parte…

– Entonces nos veremos en la necesidad de dormir en la plaza….

– Yo no digo eso. Tal vez quieran recibirlos en alguna casa; será cuestión de buscar…

Unos catres temblorosos a mitad de una pieza enorme. En aquel lado una anciana se quejaba sin descanso de sus dolencias. En ratos suspiraba y se quedaba así en pausas prolongadas. Era la media noche y ya la luna en el cielo alto rasguñaba en filos de luz las hendiduras de la puerta. Nos dominó el cansancio y no supimos más hasta que unos pájaros que tenían nido en las vigas del techo, empezaron a cantar y a urgirnos en revoloteo madrugador para que les abriéramos la puerta a la libertad regocijada del nuevo día…

La imagen de Chimaltitán; un pueblo deshabitado, en una noche de luna llena, sin luna… y el sonriente amanecer de Chimaltitán con cantos de pájaros, gritos y juegos de chiquillos, mujeres que barren y riegan las calles…

La imagen de Chimaltitán, el pueblo que se ampara en un peñasco rojo cortado a plomo. Aquella peña es como un escudo guerrero, como una rodela que cubre a la población…

Nos dijeron que aquél se llama· precisamente el cerro del Chimal y que esta palabra corresponde a morrión o penacho. Que el nombre le viene a Chimaltitán por aquel cerro.

Por datos históricos que pudimos recoger, sabemos que la avanzada misionera que partió de México a Michoacán y de allí a Guadalajara en 1531, vino desde el Teúl al Cañón de Bolaños donde estable­ció en 1616 la Doctrina o Curato de Santiago de Chimaltitán. Los reli­giosos que aquí tomaron asiento procedían de San Luis de Colotlán, convento fundado en 1591.

Desde Chimaltitán se desparramaba la acción evangélica de los franciscanos a los diversos núcleos indígenas escondidos en los replie­gues de aquella profunda barranca, trepaban por riscos, bajaban a los recovecos más escondidos donde quedaron establecidos los centros pri­mitivos de S. Antonio Tepec. Huilacatitán. Pochotitán, Mamantla, Co­coaxco, Potreros y Tepizoac.

La iglesia actual de Chimaltitán tiene una imponente pesadez, co­mo de fortaleza levantada en piedras enormes; los muros bajos y muy anchos, la torre misma tan cargada que parece imposible que pudiera levantar el vuelo.

Todavía hay en el interior del curato una arquería tosca, de pie­dras ennegrecidas, que perteneció al convento primitivo. En lo que se tiene actualmente en servicio y en la misma iglesia pueden distinguirse las partes que construyeron los franciscanos y lo que continuaron des­pués los sacerdotes del clero secular cuando en 1782 se hicieron cargo de este curato.

El valioso archivo de Chimaltitán que debió contener documentos muy importantes de tiempo de la Conquista, la iglesia y el curato, fue­ron incendiados y arrasados por Anacleto Herrera y Cairo, apodado «El Alacrán» y por más señas, ex-alumno del Seminario de Guadalajara. Esto fue en los tiempos tormentosos de la Guerra de Reforma por 1857 y 1858.

Es curioso señalar cómo en un Informe que sobre esta región fue rendido al Excmo. D. Jacobo Ugarte de Loyola, Teniente general y pre­sidente de Guadalajara, apenas se hace alusión a Chimaltitán.

El informe corresponde a la exploración que por estos rumbos hi­zo en los años de 1792-93. el Dr. D. José Méndez Valdés y que se pu­blicó en la obra «Noticias Varias de la Nueva Galicia». El enfoque que el enviado oficial quiso dar especialmente a las posibilidades de explo­tación minera de la zona, hizo recalcar más bien algunas rancherías y centros indígenas de inferior importancia a Chimaltitán que no tiene minas.

No es por demás repasar algunos de los datos que se ofrecen en el importante documento.

“ S. FRANCISCO COCOAXO, al sur seis y media leguas, con 63 indios, 120 españoles y 75 de castas, entretenidos en pescar, hacer carbón y cortar madera»,

» SAN GASPAR CHILACATITAN, al norte, media legua, con 60 españoles, 40 indios, 80 mestizos y 54 de castas. Todos estos pueblos como ya se ha dicho, son flecheros y según la tradición que se conserva entre ellos, aseguran que desde el tiempo del excelentísimo señor virrey se mandaron trescientas familias de tlaxcaltecas para poblar a Colotlán, Chalchihuites y sus inmediaciones que se veían perseguidos por indios tobosos y nayaritas, por cuyo motivo están exentos de tributos».

«CHIMALTITAN, El número de vecinos que lo habitan es de 200 españoles, 129 indios y 21 O mulatos»,

Casi todas las casas de la población tienen portadas de piedra, con cornisones y labraduras que hablan del gusto español de quienes de­bieron edificarlas allá por los siglos XVII y XVIII. Al lado de éstas fachadas de un señorío que, a pesar de todo quiere ser modesto, pueden versé las casas humildes de los indígenas y las sencillas y vulgares que se construyen actualmente.

La plaza es de enormes dimensiones y no ofrece otro atractivo que el de unos prados mal cuidados de betulias y claveles que, al vapor ardiente del cañón, embalsaman el aire de Chimaltitán.

Los empedrados de las calles nivelados a perfección con un esmerado aseo en todas ellas, pero apenas puede encontrarse un alma, apenas puede verse a una persona en las calles… Nadie, sino al peso asfixiante del sol de medio día, unos hombres sentados en el pavimento, a la sombra de los portales que tiene por un lado la plaza de la población,

Al aspecto exterior de Chimaltitán, un tanto deprimente, corresponden sin embargo, datos muy positivos en lo que se refiere a la moralidad de las costumbres y espíritu dinámico y. trabajador de estas gentes.

Creemos que de todos los pueblos situados a las riberas del río de Bolaños, Chimaltitán es el único que ha sabido aprovechar los caudales en regadíos y huertas muy atractivas que se localizan en un punto llamado Agua Caliente, a corta distancia de la población.

Tuvieron que unirse los vecinos para costear entre todos un bordo de desviación del agua, que luego llevan por varios kilómetros en canales bien construidos. Este empeño y el afán de hacer fructificar los planos de buena tierra, unió a estas gentes en una especie de cooperativa que regula la distribución del agua y conservación de las instalaciones.

Chimaltitán se ha acercado un paso a la civilización. Ya por lo me~ nos hay una mala brecha que hace posible en tiempo de secas el servicio de un camión que desde Guadalajara llega a aquel lugar a las nueve o diez de la noche.

Aquella noche que pasamos en este pueblo y mientras esperábamos que en la única fondita que existe nos prepararan una frugalísima cena, llegaron también los choferes que conducen el camión. El indeciso temblor de la flama de petróleo que iluminaba el cuarto, nos dejó ver sus rostros sudorosos y llenos de tierra. Buscaron el aguamanil para lavarse las manos, pero no había agua.

-Queremos cenar, «Doña». ¿Qué nos va a dar?

-Frijoles, ya saben. Aquí no tenemos de otra.

Intervino entonces un parroquiano que saboreaba lo suyo a sopas de tortilla.

-Parece que no saben: así vivimos aquí. Estamos en el olvido. Este pueblo ni siquiera figura en el mapa.

Los choferes se veían el uno al otro sin saber qué responder. El hombre aquél siguió las lamentaciones por su cuenta:

– Yo he estado en Guadalajara y cuando se ha ofrecido que nombre uno este pueblo, la gente se pone a rascarse la cabeza como queriendo acordarse: «Chimaltitán… Chimaltitán… Ah, sí, es un puntito que queda por allá entre los huicholes.

Eso dice la gente, pero nosotros no somos huicholes: éstos quedan más allá. Si acaso podían decir que nosotros vivimos «ahuicholados». Así nos tienen…

Al día siguiente continuamos el viaje. Nos dijeron que andaba por allí un camión repartidor de refrescos: tal vez estos señores quisieran llevarnos más adelante.

El sol de las tres de la tarde estallaba en los blancos encalados de las casas y bruñía de fuego vivo los empedrados de las calles… Unas calles solitarias, ahogándose ellas mismas en el calor de la hora.

Unos hombres estaban sombreándose al amor de un portal que ve a la plaza del pueblo. No tenían nada que decirse. Pensativos, abrumados por el peso del sol, dejaban ir los ojos más allá… No mucho más allá, porque la vista viene a golpearse contra el peñón encendido a cuyo pie se asienta Chimaltitán.

Y el río a un lado. Y más allá las huertas del Agua Caliente: testimonio vivo de la laboriosidad de estos vecinos que hicieron resplan­decer aquel vergel entre las peñas y las espinas del. cerro.

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